Editorial – Envejecer vs Madurar

Cuando era adolescente me creía adulta. Sentía que ya era lo suficientemente grande como para tomar decisiones y que mis padres estaban equivocados en su enseñanza de vivir. Quería ir a fiestas y divertirme con mis amigas, pero no tenía permiso. Encontraba la solución en escapadas que yo veía como travesías y no terminaban en otra cosa que en un descontrol y posterior castigo de mis padres quienes, claro, me descubrian.
Siguiendo el juego de la vida y la experimentación veía a mis compañeros de colegio consumir alcohol desinhibidamente, y no voy a mentir que alguna vez yo también lo hice.
Hoy soy una adulta. Soy grande. Y esas actitudes de rebeldía atrás quedaron. Los primeros quince días de enero estuve en Punta del Este. Ciudad del relajo de los padres por excelencia. Los chicos adolecentes y menos andan solos por la calla, con la tranquilidad de que nada pasa. Y claro, no hay secuestros express, asesinatos todas las mañanas, robos y vidas perdidas por un celular. Entonces los adultos dan mayores permisos a los chicos, y ellos también se toman ciertas libertades: salen con sus camionetas ultimo modelo, carteras y relojes de marca, y cosas de valor porque hay mucha seguridad.
Sin embargo, algo que los padres no previenen es que ante tanta libertad también hay una rebeldía del chico que busca experimentar. Una noche volviendo de una fiesta muy top paramos con unas amigas en una heladería muy concurrida de La Barra. Allí había un grupo de 5 o 6 niños (el más grande parecía no pasar los 13 años). Uno de ellos estaba pálido y vomitando. El resto de sus amiguitos se reian de la travesura sin darse cuenta que su amigo (un menor) estaba teniendo una clásica reacción al exceso de alcohol. Claro, siendo adulta los ojos son otros. Las historias vividas son otras. Las experiencias y la madurez es otra.
No me causó gracia como a sus amigos sino mucha tristeza. Este chico quizás no hubiera experimentado si no tuviera tanta libertad, y como si lo haría quizás luego en la secundaria (siendo igualmente un menor).
Y qué dficil darse cuenta que uno reacciona de distinta manera. Es que ya somos grandes. Ya somo adultos, Hemos madurado ( y no envejecido he dicho). Los cumpleaños nos traen arrugas nuevas, es cierto, pero nos dejan una madurez que nos da la experiencia y nos permite ver cosas que antes descubríamos como una traversura, y ahora lo vemos como una falta de control por parte de los padres (eso mismo contra lo que luchábamos de chicos).
¿Cuál es el límite de la libertad? Un boliche con cámara Gesell para que los padres espie ¿es una solución? Dejar a los chicos solos es liberarse de una responsabilidad. Quizás esta es una oportunidad para reflexionar. 13 años es muy temprano para experimentar con el alcohol, y un niño de esa edad no debería siquiera imaginar probarlo.

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